Hoy es la fiesta de San Isidro, nuestro Patrón, y un modelo a imitar por todos los cristianos, porque era un hombre normal, que a través de su trabajo se hizo santo.
Nació y vivió en Madrid en el siglo XI, estaba casado con la que también llegaría a ser Santa María de la Cabeza, y tuvieron un hijo, Illán.
Isidro tenía fama de santidad en vida por su piedad (ofrecía su trabajo en la Eucaristía diaria), su caridad con los demás (daba todo lo que tenía), su trabajo incansable y sus milagros en relación a las cosechas y cuando rescató a su hijo de un pozo. San Isidro nos recuerda que cualquier trabajo honrado, si se hace por amor, tiene valor eterno y nos acerca a Dios. Nos dice el Papa Francisco: “Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada sólo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra”. A nosotros, además, nos recuerda a nuestros antepasados, que con tanto trabajo labraban la tierra para llevar el sustento a sus familias. Hoy nos acordamos especialmente de ellos, y le pedimos a Dios que los tenga muy cerquita de Él, viendo desde arriba todo lo que han construido en la tierra.

Las circunstancias no permiten que celebremos como nos gustaría a nuestro Patrón, pero desde casa y a través de la Comunión de los Santos la viviremos juntos. Y es que, para ser santo, no hace falta hacer cosas raras.
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