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Peregrinación a Urda

Foto del escritor: parroquiayunclerparroquiayuncler

La vida es un viaje. No es el inicio, ni mucho menos el final de todo. Es solo el camino que nos lleva a la meta, donde de verdad pertenecemos.

El sábado experimentamos esto en nuestra Peregrinación al Santísimo Cristo de la Veracruz, en Urda.

Partimos a las 8.00 de nuestro pueblo, rumbo a Consuegra, donde al llegar y tras un cafetillo, nos recibió el párroco para darnos la bendición del peregrino.



Desde allí anduvimos cerca de 12km que aunque no eran muchos, hicimos a buen ritmo para poder llegar a la Misa del Peregrino en Urda a las 12.30.


Durante el camino charlamos, compartimos, rezamos... y hubo de todo:


Gente que se adelantó yendo por delante y otros que se quedaron más rezagados detrás.

Piedras, charcos, plantas que resbalaban por el rocío de la mañana.

Gente que le empezaban a fallar las fuerzas, pero que encontraban siempre un brazo dispuesto a apoyarles.

Gente que solo se quejaba de que no podía más, y otras que disfrutaban cada minuto del paisaje.

Lo que no hicimos ninguno fue parar. No podíamos parar. Siempre íbamos hacia delante.


A medida que nos acercábamos a Urda, estábamos cada vez más exhaustos y solo pensábamos en cuándo llegaría el momento de sentarnos y beber tranquilamente, y sin embargo, lo que veíamos era que el Santuario se encontraba en una parte alta y que no podríamos llegar sin pasar (sí o sí) por una de las cuestas.

Algunos eligieron el camino más difícil y cogieron el camino de la cuesta más empinada, mientras que otros, mejor guiados, subieron por una cuesta de apenas 30 metros y sin pendiente, y lo que parecía que iba a ser insoportable, se convirtió en una gran alegría.



Al llegar, comentábamos que esto era una comparación con lo que es la vida misma: podemos ir por el camino quejoso, mirando solo las piedras y haciendo la vida insoportable a los demás, o disfrutando del viaje y del paisaje, ayudando al de al lado, bien guiado y con la mirada puesta en la meta.

Al final, nada es tan insoportable, porque Dios no nos pide más de lo que podemos soportar.



Una vez llegamos a Urda, participamos en la Eucaristía y aprovechamos para recibir el perdón de Dios en la confesión.

Damos las gracias a D. Juan Alberto Ramírez, Párroco de Urda, que nos recibió y atendió con tanto cariño.



Y después de compartir una gran comida en un restaurante del pueblo, partimos de nuevo para Yuncler.



Ojalá, al final de nuestra peregrinación en esta vida, lleguemos igual de cansados, con una vida llena y exprimidos como limones, pero con el corazón lleno de amor y de obras buenas hacia Dios y a los demás. Es lo único que nos va a quedar, y lo único que podemos entregar.


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