Dios está más empeñado en tu felicidad que tú mismo. Él nos quiere contentos, borrachos de alegría, pero para ello tenemos que recorrer el camino que su Hijo recorrió en la tierra.
Podemos volver la mirada sobre nuestra propia vida, sin ir más lejos, sobre el día de hoy, y pedir perdón por ese detalle, y aquel otro que saltan enseguida a los ojos de la conciencia, y que puede que nadie más haya visto; por esos pensamientos que giran continuamente alrededor de uno mismo; por esas vueltas que le damos a una cosa sin importancia...
Cuando recorremos el camino que nos marca Jesús, a pesar de lo costoso, qué alegría y qué paz, y sin embargo, qué mal sabor cuando nos apartamos...
Jesucristo ha entregado a su Iglesia todos los medios necesarios: nos ha enseñado a rezar, a tratar con su Padre Celestial; nos ha enviado su Espíritu, el Gran Desconocido, que actúa en nuestra alma; y nos ha dejado esos signos visibles de la gracia que son los Sacramentos. Úsalos. Intensifica tu vida de piedad. Haz oración todos los días. Y no apartes nunca tus hombros de la carga gustosa de la Cruz del Señor.
Ha sido Jesús quien te ha invitado a seguirle como buen discípulo, con el fin de que realices tu travesía por la tierra sembrando la paz y el gozo que el mundo no puede dar.
Para eso, hemos de andar sin miedo a la vida y sin miedo a la muerte, sin rehuir a toda costa el dolor, que para un cristiano es siempre medio de purificación y ocasión de amar de veras a sus hermanos, aprovechando las mil circunstancias de la vida ordinaria.
Recuerda que no aspiras a cualquier cosa. Aspiras a la Eternidad.
Comentarios